"Entonces llegó Jesús con ellos a una finca llamada Getsemaní, y dijo a los discípulos: Sentaos aquí mientras voy allá a orar". Parecía como de costumbre, pero tiene el alma en tensión. Las emociones de la cena le llevan a una vigilia de alma que quiere entregarse del todo. Ocho de los discípulos se quedan en una cueva, resguardados del relente de la noche. El Señor se aleja de ellos llevándose sólo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, Juan y Santiago.

Jesús se retira como a un tiro de piedra a un lugar donde que existe una enorme roca. Y "empezó a entristecerse y a sentir angustia. Entonces les dijo: "Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo"

"Y adelantándose un poco, se postró rostro en tierra mientras oraba diciendo: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieras Tú".

Entonces "Un ángel del cielo se le apareció para confortarle. Y entrando en agonía oraba con más fervor y su sudor vino a ser como gotas de sangre que caían sobre la tierra" (Lc). Todo el cuerpo está empapado en ese extraño sudor de sangre. La angustia del alma llega ser terror; pero no le vence, no desiste Jesús de su empeño de entregarse. Quiere la voluntad del Padre, que es la suya, no la del cuerpo que se resiste, lleno de pavor.

En este estado busca consuelo en los suyos. "Volvió junto a sus discípulos y los encontró dormidos; entonces dijo a Pedro: "¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo?" Es un queja para los que no han sabido estar a la altura de las circunstancias. Se excusan por el cansancio, pero es un sueño extraño, su causa es "la tristeza" (Lc).